¿Cuáles son las sociedades más sustentables?
Por definición son aquellas pocas culturas que aún viven en la edad de piedra: los cazadores-recolectores en la profundidad del Amazonas o del Kalahari. Por lo tanto, deberíamos buscar su consejo. ¿Pero que nos pueden enseñar que nos sea práctico? Obviamente son muy concienzudos y conocedores de su ambiente, pero ¿por qué?
Supongo que es porque pueden. Quiero decir que tienen el tiempo para reconocer donde viven, estudiarlo, y aprender del lugar. Y se pueden dar este lujo porque en promedio trabajan la mitad de lo que nosotros los “civilizados, industrializados y globalizados”. Y cuando trabajan, lo hacen al aire libre, entre familiares y amigos.
Por cierto, eso es aun mucho más de lo que trabaja cualquier animal. Los hombres menos atareados, son aun las criaturas más apuradas. Aun aquellas especies sinónimas de trabajadores- las hormigas y abejas- realmente no trabajan tanto. Aunque el nido pulule con actividad todo el día, la abeja u hormiga individual solo trabaja cuatro o cinco horas al día (y no necesariamente corridas.)
No propongo un regreso al Paleolítico. Pero si buscamos la raíz de nuestros problemas, es difícil evitar culpar a la revolución industrial. Tampoco propongo un retorno a sociedades agrarias, que también tuvieron sus broncas. Pero aún los peones del medievo tenían entre 2 y seis meses de “vacaciones”. Y es que las temporadas de siembra y cosecha duran unas cuantas semanas, y el resto del año había que hacer, pero no tanto.
Propongo que el mayor daño causado por la Revolución Industrial no ha sido la contaminación o la explotación desmedida de recursos, sino la perversión del trabajo. Previo a la Revolución Industrial, la gente no hacía la misma tarea todo el santo día, y menos aún todo el año. Tomaban siestas, las comidas eran lentas, y abundaban los días festivos. Cada boda, cada funeral, cada nacimiento era motivo de festejo, no solo para los involucrados, sino para sus familiares y para la comunidad entera. Aun tenemos pueblos donde TODOS festejan a la quinceañera. Cada vez son menos esos ejemplos, pero antes eran lo normal. Ahora somos demasiados y no es posible mantener ese tipo de festejos, pero seguramente podríamos encontrar otras maneras de mantener ese espíritu, si no esa práctica.
Extrañamente en los últimos siglos hemos transformado un mal necesario (y de hecho un castigo de acuerdo con tradiciones religiosas) en una virtud. Pero la noción de que entre más trabaje uno más prospera, es una vil mentira. Consideremos a las personas más trabajadoras que conocemos. No son las estrellas de la farándula, ni deportistas profesionales, o actrices (y menos aún políticos). Son los campesinos, las enfermeras, los albañiles y las sirvientas, aquellos que viven de quincena en quincena y apenas. Y lo mismo es cierto entre naciones: México es el país más trabajador de la OCDE, contribuyendo casi el doble de horas laborales que Alemania, y el menos prospero.
Se ha comprobado una y otra vez, que los que trabajan menos trabajan mejor. El trabajar de más no solo disminuye la eficacia relativa, sino que puede llegar a reducir la productividad total. Claro que eso depende de la tarea realizada y de muchas otras variables, pero lo que quiero dejar claro es que no hay razón para que trabajar tanto. Y menos con la creciente automatización.
Quizá sea idealista proponer que laboremos tan solo la mitad de lo que hacemos ahora. Pero lo que sugiero es que la llave de la sustentabilidad no radica en la adopción de la última tecnología de vanguardia para reducir la contaminación, sino en regresar el trabajo a su debido lugar en nuestras vidas, es decir a un segundo plano. Al cortar la jornada laboral en mitad, reduciríamos las emisiones de gases invernadero y otros contaminantes. Disminuiría el desempleo y todos los males sociales asociados con el desempleo. Y nos daría la oportunidad de redirigir nuestras vidas, enfocándolas en la profundización de nuestras relaciones humanas y en el crecimiento personal, en vez del consumismo desmedido. Nos daría tiempo de realmente disfrutar de nuestras familias, de conocer a nuestros vecinos, de redescubrir el lugar donde vivimos y aquellas especies con quien compartimos este espacio, y cuidar mejor de la creación.
Pero francamente, la mejor razón para trabajar menos es que entre el cambio climático, las extinciones, la deforestación, la perdida de suelos, la sobrepoblación, la acidificación de los océanos, y aguas en las que uno no puede ni nadar, es obvio que las generaciones venideras no van a heredar un mundo mejor. Lo mínimo que podemos darles es más tiempo para disfrutarlo.
David Nuñez es biólogo, fotógrafo y autor de varios libros sobre la fauna del Caribe Mexicano, así como miembro fundador de Mexiconservación.