Caminando por la calle hace un par de días pasé junto a un niño de quizá unos ocho años que preguntaba una serie de “porqués” a su padre. La última que alcancé a escuchar fue “¿y porqué tenemos selva?”. Si la pregunta se me hizo impertinente, la respuesta fue decepcionante. El padre murmuró algo acerca de oxigenación de la atmósfera. El intercambio me molesto sobremanera, y tuve que hacer un esfuerzo deliberado por seguir mi camino sin intervenir. Cerre el pico, pero no he dejado de pensar porqué me alteraron tanto esas palabras.
La ofensa del preguntón la excusa la tierna edad del muchacho. Sin embargo, el intercambio contiene varios aspectos desconcertantes, y quizá hasta alarmantes. Reconozco que no tengo justificación alguna en considerar a este episodio aleatorio como representativo de la mentalidad de padres e hijos en la actualidad. Aún así me causó tristeza. Aunque sean la excepción, y no la regla, la distancia y frialdad tanto de la pregunta como de la respuesta, implican una enajenación con la naturaleza francamente deprimente.
En primer lugar está la palabra “tenemos”. La noción de que se pueda poseer un ecosistema no la puedo procesar. Si la pregunta fuera acerca de la posesión de algún predio sería otra cosa. Pero la respuesta deja claro que ese no era el caso. El “tenemos” implica que la selva está a nuestra disposición, y sujeta a nuestra discreción. Y si bien abundan los adultos que así piensan, ser testigo de ese pensar en una mente tan joven fue estremecedor.
Si la pregunta hubiera sido “¿porqué hay selva?” y la hubiera hecho un niño menor, de 3 o 4 años, hubiera sido un momento lindo. Pero esa palabra “tenemos” en boca de un niño de 8 años creo que revela una preocupante falta no solo de familiaridad, sino de aprecio y de asombro. Cuando uno es niño, los bosques son para explorarse y descubrirse- para jugar y maravillarse. No quisiera disuadir la curiosidad del muchacho. Al contrario, es bueno que cuestione. Sin embargo, la selva no debería necesitar de justificación alguna, y mucho menos ante un niño.
Quizá me encontraba yo demasiado sensible aquel día, pero la pregunta me sonó peligrosamente cercana a un despectivo “¿y eso para que sirve?”- como si la naturaleza no tuviera valor propio, intrínseco e independiente de la explotación humana. A veces me parece que el mundo entero padece de una miopía donde solo se valora lo más práctico y eficiente, lo que genera mayor utilidad en el menor tiempo. Pero siempre he pensado que esta enfermedad es de adultos, no de niños.
Es por ello que la respuesta del padre, aunque certera, también fue espectacularmente incompleta, fría, y carente de imaginación.
Tuve que morderme la lengua para evitar decirles a ambos, “Mejor preguntense ¿porqué hay ciudades? ¿porqué hay asfalto? ¿porqué automóviles y fábricas y televisores? ¿porqué no nos basta todo lo que nos ofrece la selva?”
En cambio quisiera decirles hoy, si por algún milagro llegan a leer esto, que la selva es hogar de changos, tucanes y jaguares e incontables otras criaturas. Que de la selva provienen el chicozapote, y el mamey, el nance, la guayaba y la guanábana, la papaya, la vainilla y el chocolate y un sin fin de frutos. Que de las plantas de la selvas provienen infinidad de medicinas para tratar desde diarreas hasta canceres. Que en la selva encontramos las flores más hermosas que conozco, las orquídeas. Que en la selva cantan no solo las aves, sino las ranas también, y el concierto que ofrecen gratis todos los días es la música más bella que jamás he escuchado. Y si, producen mucho del oxigeno que respiramos. Pero las selvas son mucho más que todo eso. Son la Vida misma en su máxima expresión- exuberante, variada, pujante, bella y temible, peligrosa y milagrosa.
¿Porqué tenemos selvas? Porque nos hacen falta. Porque las necesitamos, y no solo como fuente de materias primas, sino como escuela espiritual y fuente de fortaleza, paciencia, conciencia y otras virtudes. En los últimos años se ha empezado a hablar de un Síndrome de Deficit de Naturaleza en referencia al hecho comprobable de que una niñez enajenada de la naturaleza (es decir, en que los niños no juegan al aire libre y exploran su medio ambiente) resulta en menor creatividad, menor autoestima y confianza, menor capacidad de prestar atención y resolver problemas, así como mayores indices de depresión, ansiedad, obesidad y miopía, por mencionar tan solo algunos de los efectos.
¿Porqué tenemos selvas? Porque Dios nos ama, intensa y profundamente. O si le incomodan términos religiosos, porque la Naturaleza es infinitamente sabia, generosa, elegante y juguetona.
Y es por esto que deseamos preservar 100 hectáreas de selva y manglar en Akumal como Reserva Ecológica. Por favor, si aún no has firmado nuestra petición hazlo ahora, e invita a tus amigos a hacer lo mismo.
Gracias.
David Nuñez es biólogo, fotógrafo y autor de varios libros sobre la fauna del Caribe Mexicano, así como miembro fundador de Mexiconservación.